Tras ser despedido del canal que lo acogió por casi dos décadas, el periodista deportivo se vio obligado a replantearse todo y lo plasmó en su primer libro no asociado al deporte. Su experiencia manejando para aplicaciones de transporte, los años de bullying, la depresión endógena con la que ha cargado toda su vida y los intentos de suicidio que aquella ha provocado. En entrevista con Doble Espacio, reflexiona sobre la convivencia con un trastorno de salud mental que afecta a las personas que más quiere y el proceso terapéutico de abrirse al público.


Motivado por el despido de la que fue su casa televisiva por casi 18 años, el periodista deportivo Cristián Arcos (43) entró en una etapa de introspección.

En búsqueda de la estabilidad económica que su estancia en el canal le proveía, manejó casi un año en aplicaciones de transporte, tiempo en el que decidió plasmar sus reflexiones en un libro que narra los procesos que vivió luego del remezón generado por su inesperada cesantía, y donde sincera los conflictos que la depresión endógena le ha causado toda su vida.

Una suerte de manifiesto personal, una deconstrucción de los elementos que estaban en juego cuando sintió que caía y de aquellos que se mantendrán con él para siempre.

Arcos tenía claro que el punto de partida de su relato era el despido, detonante de su proceso de meditación. Se sentó a escribirlo y, a medida que lo hacía, fue encontrando en su memoria algunos episodios de su vida que sintió necesario publicar.

“Tenía dudas iniciales: ¿A quién le va a importar lo que a mí me pase? ¿A quién le va a interesar leer eso? Mi editor me convenció diciendo que las buenas historias personales tocan temas universales, y me ayudó a encontrar el tono de escritura en la honestidad brutal. No escribir desde la auto clemencia ni desde la victimización”, explica.

Así nació Enemigo interno, su séptimo libro, el primero no asociado al deporte. Aunque puntualiza: “Yo no soy escritor, no todas las personas que escriben son escritoras. No tengo ni la disciplina, el talento ni el rigor. Los periodistas somos contadores de historias, y a veces la historia que contamos es la de nosotros”.

No era culpa mía

En uno de los viajes que hizo como conductor de aplicaciones de transporte, Arcos revisitó, dos décadas después, el hogar universitario donde habitó durante los cinco “peores años de su vida”, unos marcados por el bullying, la incomprensión de sus pares y la pasividad de las autoridades a cargo.

Oriundo de Curicó, vivió en el Hogar Paulina Starr durante todo su período como estudiante de Periodismo, en el último lustro de los noventa. Se trata de una residencia que ofrece la Universidad de Chile a los alumnos provincianos que no pueden sustentar su estadía en la capital.

Pero la morada, más que un refugio, se convirtió para Arcos en una escuela donde curtirse para las experiencias fuertes o amargas que vinieron después. “Podría decir que ese período sirvió para formar mi carácter. Cierto, pero incompleto. También me condujo a lugares oscuros, siniestros, por donde jamás imaginé pasar”, escribe en su libro.

En ese sentido, el periodista deportivo, que también hace clases en algunas universidades, se mantiene alerta a posibles casos de estudiantes de provincia que puedan pasar dificultades similares: “No puede ser que pasen veintitantos años y a los cabros los sigan sacando en pelota a la calle a una especie de mechoneo tribal”.

Al apodado “tenor escritor” le sorprende ser acusado de victimizarse cuando comenta su experiencia y se pregunta: “¿Cómo hacer para denunciar o hablar de situaciones así de violentas y complejas sin que sea mi culpa, sin que me digan que me victimizo? Hace muchos años, en una entrevista hablé del hogar, y se creó una página de Facebook de exalumnos haciéndome mierda”.

El periodista Cristian Arcos leyendo su nuevo libro "Enemigo interno" sentado en un patio.
Cedida

“O sea, la culpa es del weón que cuenta estas cosas, del que le pegaron, del que se metió adentro de un clóset para que no le sacaran la cresta, no de los otros. Nadie cuestiona la violencia por la violencia”, agrega.

Para Arcos, si bien Chile cambió, no lo ha hecho tanto en algunas cosas: “En temas de género pasa todos los días: la culpa es de la mujer por andar vestida así, por andar a esa hora en ese lugar, por andar provocando, por subir esa foto… Te juro que no lo entiendo”.

Y añade, “en redes sociales lo veo casi todos los días: la culpa es tuya porque no te integraste, porque eras pesado, porque no aguantai como hombre”. “Escribir esa parte si es medio terapéutico. Ha sido parte de mi terapia que quizás no era culpa mía. No era culpa mía, loco. Eso me costó veinte años, ¿cachai?”.

Las nubes negras y las esquirlas

Arcos ha lidiado toda su vida con la depresión endógena, trastorno psicológico de difícil definición que se genera al interior del cerebro por componentes genéticos o hereditarios, trastorno que lo ha llevado dos veces a atentar contra su vida. En Enemigo interno relata, con severidad y sin autoindulgencia, su camino junto a la enfermedad: una que le afecta, pero que, reconoce, también afecta a los demás.

“Uno no tiene la culpa ni la responsabilidad de tener los trastornos que tenga, aunque cargo mucho con un sentido de culpa. Pero me interesaba tocar esa tecla porque no la leo ni la escucho mucho. Esto es como una explosión. Cuando algo explota las personas que están más cerca del centro terminan heridas, pero las esquirlas pueden dar a kilómetros alrededor, y eso raramente aparece”, confiesa.

El periodista es claro en señalar que no intenta victimizarse “porque el daño que uno genera (sin querer, por supuesto) es inmenso, a ratos irrecuperable, y ajustar todo eso cuesta montones. Yo sé que el discurso es que todo tiene reparación, pero hay cosas que nunca vuelven a ser iguales”.

“Uno se convierte en una persona muy tóxica, con quien es muy difícil convivir. Generas daño y preocupación, y mientras más te quieren, más daño haces”, manifiesta.

Al mismo tiempo, Arcos está consciente de que no es responsable de su trastorno: “No tengo la culpa de eso. No me despierto con ganas de estar deprimido. Es difícil tratar de explicar que esto no tiene que ver con felicidad. Siento que lo peor que le pueden decir a una persona con este tipo de trastornos es: ´Mira a tu alrededor, hay mucha gente peor que tú´. Sí sé, lo tengo claro. ´Mira, tienes todo´. Sí sé, lo tengo demasiado claro y por eso me siento peor”.

“Sé que soy un privilegiado: tengo hijos, están sanos, mis viejos están vivos, tengo pega, trabajo en lo que me gusta, gano más plata que el 90% de los chilenos… Pero hay una cosa que tira para abajo y cuando uno tira para abajo, mejor no estar atado a nada, ¿no?”, añade.

El profesional afirma que con el tiempo ha sido capaz de antelar cuando la crisis viene: “Es terrorífico, y a veces uno aleja a la gente que quiere, inconscientemente. El tema es que te quedas solo. Luego la nube pasa, miras para el lado y es tal el nivel de cagá que dejaste o que quedó, que el resto no recupera el centro como tú”.

De hecho, en el libro confiesa que, producto de los problemas asociados a la depresión, “perdió su matrimonio” y ha tenido que alejarse de sus hijos para que no sufran.

“El otro día mi hija me dijo una cuestión muy heavy, que fue como sacarme una mochila de encima: ´Yo sé que tú no haces nada con mala intención´. Fue notable que se percate de eso porque entre las personas que dañas están precisamente tus hijos”, admite.

Sobre eso, en Enemigo interno Arcos revela que diez años antes, luego de su segundo intento de suicidio, su hijo mayor le hizo prometer que jamás volvería a hacer algo semejante: “He fallado en todos mis juramentos, menos en ese. Es la principal promesa que debo cumplir”.

“Es heavy tener que alejarte de las personas que más quieres porque los estás dañando. Uno es egoísta, quiere tener a la gente a su lado, afirmarse de ellas, pero a veces tenemos que hacer todo lo contrario”, reflexiona.

En su relato, el periodista de Radio ADN se niega a utilizar dinámicas de la autoayuda o aconsejar a quienes estén pasando por situaciones similares, “no porque no le interese ayudar a la gente, sino porque no está capacitado para hacerlo”.

“Mal podría yo decir que se enfoquen en algo porque ni siquiera lo sé conmigo. Me encantaría dar un mensaje optimista de que si tomas tres pastillas esta cuestión va a pasar, pero no puedo decirlo porque no sé si la he superado o si la voy a superar, no sé qué es superarla, qué es vivir de otra manera, no lo sé…”.

Aunque no se siente capaz de entregar siquiera atisbos de solución y no cree en las fórmulas mágicas, Arcos reconoce que exponer sus problemas de salud mental, al menos, le ayuda a entenderlos desde otra perspectiva. “Cuando se visibilizan los hechos adquieren un enfoque distinto. Me interesa mucho hablar de esto para eludir ciertos mitos”.

“Me interesa mucho el tema en la gente más joven, en los niños. Con el paso de los años he ido atando piezas del puzzle o encontrando señales de lo que me pasaba cuando era chico y era un niño muy triste. Es terrible ver a mis papás tratar de encontrar algo con que subirme el ánimo, sin entender que no era un asunto de ánimo”, comparte el periodista.

Parte de su autocrítica pasa por no haber acudido a un especialista, ni de niño o adolescente, en una época en que “no había tiempo para salud mental” y el acceso a una terapia era más caro que en la actualidad.

Hoy sostiene que ve las cosas desde un enfoque diferente: “en el fondo, he aprendido a vivir con esta cuestión y a sobrellevarla, a eludir la nube cuando llega, a veces con más éxito, a veces con menos”.

Respecto a este último punto, y consultado acerca de cuánto hay de proceso terapéutico en esta idea de sacar a la luz los episodios más oscuros de su vida, Arcos reconoce que “tiene algo de eso”: “No lo escribí pensando en eso, pero me lo generó cuando lo terminé”.

“Escribir te hace reflexionar y te saca cosas de adentro. Aquí no lo estaba buscando, pero sí, me sentí más aliviado después de hacerlo”.

Un relato al desnudo

El periodista deportivo es sincero en señalar que la única reacción que la preocupaba, al publicar temas tan personales, era la de sus hijos.

“Hay cosas que ellos sabían… Lo que no sabían (los menores) al detalle eran los intentos de suicidio y las partes más crudas del texto. Tengo tres hijos de edades dispares, eso me desafió a tener códigos y formas distintas de hablar con cada uno. Lo hablé con ellos por separado, entendiendo las edades de cada cual. Esa era la única reacción que me hacía ruido, no pensé en las demás”, detalla.

Semanas después de la publicación, Arcos reconoce que ha recibido muchos comentarios que le alertaron de haber escrito algo que habitualmente no se expone: “Una de las primeras personas que leyó el texto fue un amigo mío que es escritor y me dice: ´Weón, tení pelotas pa´ escribir esto´. Ahí me pegué el alcachofazo”.

Parte de esas reacciones se basan en que Arcos, tras casi dos décadas de trabajo en diferentes medios de comunicación, es una figura pública. El reportero, en tanto, le baja el perfil a esa noción: “no me pasa nada con eso, no puedo creerme el cuento”.

En ese sentido, imputa su dolor por el despido a razones lejanas al ego: “Para mí el pencazo fue grande por un tema económico -hoy hago, no sé, 16 pitutos y no me hago la plata que hacía allá-; por dejar de trabajar con gente a la que todavía quiero mucho; y por un tema emocional relacionado a la depresión”.

“A mí la depresión siempre me ha costado mucho y he encontrado en lo laboral una especie de protección, una comodidad, un cobijo que habitualmente no tengo en otro lado. A mí eso se me fue a la cresta”, explica.

Si exponerse en público no fue problema para el comentarista de ADN, menos lo fue trabajar como conductor de aplicaciones de transporte, donde más de algún pasajero lo reconoció e incluso le pidió una foto para inmortalizar el encuentro.

Inspirado en el estilo de Gay Talese, autor al que reconoce admirar, Arcos incluyó una serie de relatos breves que lo ubican en el rol secundario del oyente que conduce mientras los pasajeros le comentan parte de sus vidas.

Sí reconoce que le sorprende que algunos medios de comunicación hayan recogido con especial interés y algo de morbo que “fue Uber”.

“A algún medio le escribí: ´Soy el autor del libro y ya no estoy trabajando en eso, primero, y segundo, ¿qué tiene?´ O sea, ¿Qué tiene? De verdad me llama la atención. Además, en ese capítulo el foco no es que yo conduzca, sino las historias que salen ahí, la necesidad de la gente de ser escuchada por un desconocido. Pero bueno, cuando escribimos algo escapa de nuestro control la reacción que genera”.

Y si involucrarse en lo narrado era una decisión tomada, redobló la apuesta al incluir en Enemigo interno lo que define como “un anti-reportaje”: su acercamiento -en la búsqueda de relatos ligados al estallido social- al supuesto exboxeador y activista por los derechos de niños, niñas y adolescentes, Cristóbal Yessen, quién fuera desacreditado por un reportaje de Interferencia que dio cuenta de las múltiples contradicciones y falacias existentes en su biografía.

“Me pareció bien publicarlo así, con las dudas que el periodista tiene sobre la veracidad del personaje y de las historias, con las preguntas que salen entre medio y que uno normalmente no cuenta”, expone. “Con los años uno se da cuenta del absurdo de la objetividad”.

El “tenor escritor” reconoce que consiguió entablar cierta cercanía con el supuesto exboxeador e incluso algún grado de confianza, por lo que tendió a creer en lo que le decía, sin cuestionarse si estaba o no diciendo toda la verdad. “Uno no debería decir que le tiene cariño a la fuente, pero le tengo cariño. Conversé mucho con él, mucho”, admite.

Como en el resto de su recorrido, más que lecciones, Arcos obtuvo nuevas preguntas. “Si alguien te miente en algún punto, ¿significa que te mintió en todo lo demás? Evidentemente como fuente pierde peso, pero ¿qué pasa si lo te dice es cierto? Cristóbal miente sobre él, pero sus denuncias son reales. ¿Cómo hacemos para separar esas dos cosas? ¿Sus denuncias no deben ser consideradas?”, debate.

Despedido de su trabajo ideal, manejando en las calles de Santiago y regresando al hogar donde peor lo pasó, Cristián Arcos se vio obligado a replantearse todo, exponiendo sus fantasmas personales y sus desaciertos profesionales en el camino. Con el libro ya publicado y con las reacciones apareciendo, concluye: “Espero que le haga sentido a quien lo lea, con eso estoy más o menos pagado”.

Julio César Olivares

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile