Tras una publicación retrasada por la pandemia, en septiembre llegó a las librerías Tragar el sol, la historia de un profesor universitario que lo dejó todo tras agredir a un alumno en plena clase. El autor, quien es periodista y docente del ICEI, habla sobre su novela más actual: de las semillas, las raíces y la salida a superficie en un ambiente expectante.

 

Patricio “Pato” Jara (46) ha explorado muchos géneros en gran cantidad de publicaciones. Ficción y no ficción se entrecruzan en sus cuentos, novelas y crónicas, que tocan las más diversas temáticas: del metal chileno a la novela histórica, para no mencionar algunas incursiones de corte autobiográfico.

Paralelo a sus libros, hay una carrera como docente universitario. Dice, al voleo, que son unos 23 años en universidades y otras instituciones. Desde 2017 integra el cuerpo académico de la Escuela de Periodismo de la U. de Chile, y tiene pasos por la UDP, la U. Católica y la UDD, entre otras. De ahí viene una experiencia que de algo sirvió para su más reciente publicación: Tragar el sol. Su última novela cuenta la historia de un profesor de estética que se esfuerza a diario por interesar a sus estudiantes. Sin embargo, detrás de las buenas intenciones crece un volcán de frustraciones cuya erupción se produce recién comenzado el libro.

 

Dijo en una entrevista que la idea del libro surgió de la historia de un profesor que le tiró un flan a una alumna que comía en clases. ¿Cuánto hay en su libro de imaginación y cuánto de experiencia personal?

Escuché la historia de alumnos míos. Me pareció insólita y me quedó dando vueltas mucho tiempo. Da lo mismo que sea un flan, un sándwich o cualquier cosa, pero me llamó la atención lo que está permitido y lo que no. Pienso en la época en que fui estudiante, sobre todo la enseñanza media en un colegio de hombres: sin ser violento el trato de ciertos profes, igual había una cosa bien jodida, cosas hoy impensables.

 

¿Cómo se conecta eso con la novela?

Como pasa en todos los textos, hay un periodo de lenta cocción en que la historia va aflorando. En este caso, el personaje. Si bien el hecho ocurre en una página o en dos párrafos, la pregunta es qué pasaría si uno siempre la lleva dentro. Yo podría entender los momentos de frustración en la educación, porque todos los hemos vivido, también los alumnos. Cuando hay alguien tratando de enseñar y otro tratando de aprender, siempre uno está haciendo un gallito con la frustración. Uno se empieza a hacer preguntas, sobre todo con esta idea que me ronda: ¿es el profesor el que debe motivar a los alumnos o son los alumnos los que deben sacarle el mayor partido al profesor?

 

Están la aceptación y la conformidad como elementos presentes en la enseñanza.

En periodismo trabajamos materias primas no absolutas. No es lo mismo que en una escuela de ingeniería. Uno enseña, y con el tiempo logra entender que hay estudiantes que toman el ramo y les importa. Pero a otros, poco. Alguien entra a la carrera con una idea y de pronto esa idea se cae, pero aparece otra, y ese proceso de crecimiento es importante. Pero también puedes decir, ese tipo era super flojo en ramos de escritura, luego lo ves en la tele y es super buen periodista y uno dice: “qué bueno que lo dejé en paz”.

 

¿Cómo funciona la frustración en el profesor?

El principal respeto del profesor tiene que ser con la disciplina que enseña. El profesor también aprende de los alumnos, pero eso tiene que ver con entregarle de inmediato todas las alertas que después van a ser conflictos en el mundo real, por llamarlo así. La verdadera enseñanza que uno puede dar está en los controles de lectura, en los textos que uno da para elegir. De este texto yo aprendí, y de este texto puedes aprender también tú.

 

¿Y llega esa felicidad?

No hay mayor alegría que cuando un estudiante va a la oficina y te pide un libro. Muchas veces no van a volver, y de hecho no vuelven, pero es parte del asunto. Uno quiere mucho su profesión y quiere que sea mejor. La motivación del profesor de Tragar el sol es meterle cosas en la cabeza, probablemente las mismas cosas que él tenía pero que en su caso le impidieron ser el pintor que él quería ser.

Explorar lo personal

 

La mayoría de las novelas de Jara se centran en el norte chileno, lugar que lo vio nacer física y literariamente. Ejemplo de ello son Dios nos odia a todos, El cielo rojo del norte y El sangrador, que le valió el Premio del Consejo Nacional de Libro y La Lectura.

Además de locaciones, se pueden encontrar otros aspectos personales en sus relatos. En Geología de un planeta desierto, por ejemplo, involucró la relación con su padre.

 

¿Por qué volver a lo personal?

Hay que partir definiendo lo autobiográfico. En Geología… metí mucho de mi historia. Con Antipop está la importancia que tiene para mí la música, y en esta novela hay temas que me importan, lo que no necesariamente significa que viví todo lo que cuento. El lugar donde el personaje viaja lo conozco porque es un trayecto que hice. No me comí el churro-dog, pero me pregunté cómo sería si el personaje se lo comiera.

 

¿Por qué un profesor de estética?

No soy pintor, pero tengo un par de amigos en la universidad que sí lo son. Estuve cerca de sus procesos como artistas y encontré elementos para armar el relato. Sentía que en esto de la pintura y de cómo se mueve el mundo había cosas interesantes de ajustar sobre la idea del relato, qué es lo que pasaría si uno manda todo al diablo y las consecuencias prácticas de borrarse del mapa.

 

La idea de hacer realidad esa fantasía…

Claro. Las novelas que me gusta leer y escribir tienen esa idea de cambios radicales. En ese sentido, se parece mucho a Antipop. Estaba presente ese germen de cortar y empezar de nuevo. El personaje de Tragar el sol deja lo que quiere: el mismo lugar que le generaba todas las ilusiones como persona es el que lo derriba. En cierto modo, el personaje le permite al lector colocarse en su lugar.


¿Tuvo que limitarse o censurarse en el proceso de escritura?

No. La gente que ha leído la novela la ha entendido por lo que es: una obra de ficción. Uno recibe comentarios de gente que conoce y dice: “oye, lo leí y eras tú”. Ahí uno no puede hacer nada. En lo que estoy de acuerdo con ese personaje es valorar los esfuerzos de esos tres o cuatro gatos que ponen atención en clases. Lo siento en los controles de lectura que hacemos en la universidad, que en algún momento siento que desaparezco y quedan los estudiantes conversando o debatiendo, y para mí es lo más gratificante.

 

¿Tuvo presente el recibimiento que podía tener la novela en los estudiantes?

No lo sé. Tampoco tengo certeza de que los alumnos sepan lo que hacen los profesores. No esperaba un escándalo, tampoco tenía ensayadas algunas frases como para sacarme los pillos en caso de ser acusado de algo. No tuve una idea específica de universidad y no creo que haya sido la Chile cuando empecé a escribir la novela. Yo entré el 2017, pero la historia germinó antes. A mí la historia del flan me la contaron el 2010, como talla.

¿Cómo ha sido la recepción? ¿Qué pasó tras ese epígrafe de ‘cerremos los ojos y veamos qué pasa’?

La gente que la ha leído, por suerte lo ha terminado. Además, está tan de capa caída el circuito de la prensa literaria que ya no hay los espacios de crítica que había. Esto no es solo por la pandemia. Un poco antes ya habían dejado de aparecer críticas en algunos medios o las páginas culturales se comprimían mucho. En fin, todo lo que sabemos. Estoy súper agradecido de que se alguien se dé el tiempo de leerla, de que les haya interesado hacer esta entrevista. También agradezco que una editorial me publique habiendo tantos escritores talentosos que no van a tener una oportunidad o les costará tener una.

 

¿Ha hablado con otros profesores sobre el libro?

Sí, y se han reído mucho. Me han dicho “oye, esto es verdad, esto pasa”. Pero todo en el plano tan reducido de lo que implica estar encerrados. Tampoco es que yo espere un simposio o una asamblea, pero sé que más de alguien, cuando nos veamos las caras, me va a decir algo. Esperemos sea para bien.

 

La construcción de la novela

Dice Jara que no volvería a armar una novela de este estilo. “Cada libro es su camino, un mundo en específico”, comenta. Admite, eso sí, que se pasó mucho tiempo pensando en la novela y en su protagonista. Cree que se conecta mucho con otros de sus personajes y con libros como Antipop.

 

¿Cuáles fueron sus referencias profesionales, de colegas o documentales?

El diálogo en el baño con el profesor Rufino Mosquera. El personaje en algún momento va al baño y se encuentra con este profesor viejo que le dice que está chato, que la universidad no es para todos y que tiene hijos y nietos y les va a pedir a los primeros que les pregunten a los segundos si quieren ir a la universidad. Parte de ese diálogo fue real, hace mucho tiempo, en 2005. Creo en esta idea de Vargas Llosa de que la escritura, especialmente la estructura de una novela, es como un striptease al revés: en vez de sacarse ropa, se va poniendo, agregando cosas. Finalmente, uno va captando ideas.

 

¿Podría continuar en algún otro momento?

Esta novela era una parte de un relato mucho más largo, pero tiendo a cortar los textos. Saco mucho. Esta novela se lee en un par de días o en un par de horas. Pero más que la escritura, me gusta la corrección, trabajar con lo escrito e ir armando las terminaciones finas. Disfruto mucho ese proceso. La escritura, así como tiene que ver con la redacción, tiene que ver con la transformación que uno hace del propio texto.

 

El ejercicio más manual…

Sin ser una novela en la que el lenguaje sea el protagonista. No soy Borges. En la medida que uno pule un texto, va escuchando más nítida la voz del personaje. Creo que las partes que más me importan de la novela son esas en que el personaje habla. Pero cada uno lee lo que quiere leer. Las cosas que a un crítico le parecen negativas otros las resaltan para bien. Son las reglas del juego, y el libro deja de ser de uno. El libro se publica y no hay nada que hacer. Yo no hago presentaciones de libros porque mi ánimo es más de funeral, como una pérdida en la que ya no lo tengo más conmigo. Las veces que he tenido que presentar un libro es porque he estado obligado.

 

Me da la sensación de que eso refuerza la idea de la intrascendencia que aparece casi al final del libro…

Nunca olvidaré una entrevista que dio Roberto Bolaño, una de las pocas televisadas, donde dice que en 400 años más la gente olvidará a Cervantes, que no va a quedar nada, y es terrible. Mucha de la historia de la literatura está en cajones de libros usados en San Diego. Ser consciente de que el olvido está así es sano. Modera las expectativas de la gente.

 

¿Cómo se relaciona con la aparición de El triunfo de la muerte de Pieter Bruegel en el libro, que es un elemento central?

A mí me gusta mucho Bruegel y leí su historia para construir este personaje que lo enseña. Está la idea de lo perecible, que bien se podría pensar ahora en la pandemia. Creo que nunca había leído tantos reportajes o notas de prensa sobre Bruegel como ahora. Está presente con la paradoja de que esa obra sobrevivió a la muerte del autor. A veces intento hacer memoria de cuántos profesores recuerdo del colegio o de la universidad. Cinco por cada lado. Más no.

 

¿Hay algún tema en especial al que quería aportar con este libro?

Yo creo que competimos con el entusiasmo y la frustración por igual. No hay que olvidarlo: la frustración es parte del proceso. La frustración es la que te saca cosas, lo que te hace progresar y ser consciente de tus debilidades, de lo que te hace bueno, de las cosas que no. Yo no soy bueno para la tele. Me encanta la radio, la escucho todo el día y siento que me aporta cosas a la escritura, como el oído. Vivimos en un balancín entre la frustración y el entusiasmo.

 

Lucas Bravo

Estudiante de Periodismo, Universidad de Chile.