El investigador, doctorado en Historia y profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica, observa el olvido en el que han caído las enfermedades infecciosas que azotaron al país. En esta entrevista, reflexiona sobre las implicancias de las pandemias, el rol de la salud pública y el futuro del Covid-19. 

Cuando solía hablarse en Chile de la peste bubónica, el cólera y la gripe española, la mayoría de la gente los entendía como anécdotas. Ahora, cuando la cuarentena y el uso obligatorio de mascarillas en la vía pública se han hecho costumbre, estos episodios antiguos y olvidados cobran otro sentido.

Para Marcelo López Campillay, esta es una historia de larga data. Investigador especializado en enfermedades y pandemias, se ha dedicado a ver cómo la llegada y expansión de la tuberculosis o la gripe española afectaron la sociedad y las políticas de salud pública en el país, llegando a colaborar con el Ministerio de Salud.

¿Qué lugar histórico ocupan las pandemias? 

El término “pandemia” adquiere su connotación actual a fines del siglo XIX con la denominada gripe rusa, que nace en 1889 y que alcanzó una cantidad considerable de países, valiéndose de los nuevo medios de comunicación, como el barco de vapor y el tren. Esto también fue válido para las pandemias de cólera del mismo siglo. 

A juicio de algunos estudiosos, este concepto adquiere una connotación de “enfermedad a escala global”: irrumpe, como lo hacen las epidemias infecciosas de la naturaleza de la gripe, a partir de un alto impacto demográfico que fue medido con estadísticas, una nueva herramienta para la salud pública y que arrojó una cifra de cerca 250 a 350 mil muertos en Europa. 

Por varios siglos, “epidemia” y “pandemia” fueron sinónimos para hablar de una enfermedad que abarcaba una región, pero a partir de ese momento, la pandemia aparece con esa otra categoría y queda establecida en 1918 cuando irrumpe la gripe española, que abarcó todos los continentes y que es la primera pandemia global de la historia. 

Considerando la situación que estamos viviendo y las cuarentenas aplicadas, ¿puede verse en esta pandemia una ruptura del manejo de enfermedades de los últimos siglos? 

Hay diferencias históricas. Estamos viendo una cierta continuidad y apego a una tradición sanitaria en las cuarentenas, que se han usado desde la peste negra: primero, para los barcos, y en siglo XIX en las ciudades, porque las infecciones pasaron a ocupar estos terrenos como su principal escenario de impacto.  Ahora, en cierto sentido, es lo mismo, pero se han hecho innovaciones, como el manejo de la aplicación focalizada de las cuarentenas, en vista que es objeto de discusión, una herramienta que navega entre las aguas de la ciencia y de la política. 

Si bien hay un estudio epidemiológico que avala esa aplicación, la autoridad política debe tener en cuenta que ese impacto también abarca esferas como la economía, los trabajos, la educación o la vida privada, y esos factores se tienen que manejar con un nivel de decisión que requiere conocimiento del territorio y de la sociedad que se gobierna. Por eso, es necesario un enfoque multidimensional, y quizá esa es una de las grandes novedades. 

Además, es increíble el aparato tecnológico y científico que se está desplegando hoy para encontrar una vacuna. Y esa una singularidad de esta pandemia porque, si bien desde hace dos siglos se ocupa la microbiología y la epidemiología para estudiar la aparición de una enfermedad y buscar la solución, hoy se aplican en una escala global que tiene a decenas de equipos buscando una salida. Igualmente, se comparte esta información a través de las redes que se han construido. Esa es otra singularidad. 

¿Cómo se han manejado históricamente las pandemias en Chile? ¿Por qué se olvidan? 

La postura y el actuar de los gobiernos ha sido de reacción. Curiosamente, las pandemias modernas han aterrizado en momentos en que hay un cuestionamiento a la organización política, como ocurrió con el cólera, en 1886, y con la gripe española de 1918, cuando todo el sistema parlamentario estaba en entredicho en varios sectores de la población. La salud pública era la cara sanitaria de ese problema. Hoy, también hay un fuerte cuestionamiento de la democracia que se ha desarrollado, al modelo de desarrollo que se ha tejido en las últimas décadas, cuestionando a las autoridades políticas. Se ha puesto atención a las carencias que han sido desnudadas por las crisis ocasionadas por los virus

Se dice que las pandemias dejan lecciones, y probablemente eso va a ocurrir ahora. Pero la cuestión que hay que dejar esclarecida es que esta no es la primera vez que ocurre algo así y no va a ser la última tampoco. La carencia de una memoria sanitaria es algo que poseemos y se explica porque el último gran episodio de una pandemia de estas características, que irrumpe de manera inusitada y que genera un gran desconcierto, ocurrió hace 100 años. 

Otros países, en cambio, han tenido recuerdos de estos episodios porque son más recientes, como el SARS, en 2003, cuando regiones como Hong Kong levantaron memoriales para recordar a las personas que murieron combatiendo esa enfermedad, para tenerla presente y no olvidarla. De hecho, Hong Kong es una de los lugares que ahora reaccionaron de la mejor manera, en parte porque tenían la conciencia de que iba a ocurrir nuevamente. 

Punta Arenas es considerada una anomalía, dada la mayor incidencia de enfermedades como la tuberculosis. ¿A qué se debe esto? 

Hay varias condiciones que, por lo que he podido conversar con salubristas y epidemiólogos que conocen ese caso, tiene que ver con la geografía de la zona. Por la latitud en donde se encuentra, la ciudad recibe poca irradiación solar, que produce las cantidades de vitamina D que ayudan al sistema inmunológico. A ello suma que, desde la colonización de Tierra del Fuego, es una zona de foco migratorio que responde a muchas razones. Lo mismo en el norte, en Iquique y Tarapacá, donde históricamente ha existido una gran presencia de tuberculosis. 

Los microbios no necesitan pasaporte, circulan, y hay regiones como los extremos de nuestros país, que han tenido un gran flujo migratorio por razones laborales y que, de alguna manera, explican las dificultades para controlar la enfermedad. Esa persona que está contagiada no se queda quieta, por lo que hay que seguir ese caso. Se han dispuesto las herramientas para que esa persona no salga del radar de las autoridades, para que su tratamiento persista porque esté dura al menos seis meses y tiene que ser regular. Si la persona lo deja por un par de semanas, hay que partir nuevamente. 

Punta Arenas tiene una larga historia con la tuberculosis. Además, como ha señalado el historiador Mateo Martinic, la distancia con las autoridades centrales da pie a que muchas respuestas a los problemas sanitarios tomen mucho tiempo en materializarse. La centralización también se hace sentir en materia de salud, y eso ha sido un problema centenario en la historia de la salud pública chilena

¿Cuáles son las consecuencias principales de una pandemia en términos de la vida humana? 

En líneas generales, si uno rescata lo visto en los siglos XIX y XX, en los países donde se vive con mayor crudeza el impacto demográfico de una pandemia se ha dado una revalorización de la vida humana a partir de su concepción como una persona que forma parte de un colectivo. Por eso, no me extrañaría que en la próxima década la salud pública recobre interés: las pandemias, o las enfermedades microbianas en general, tuvieron la “virtud” de que se repensara la solidaridad, y más vale que rememos todos juntos en una dirección que cada uno por separado. 

De ahí que muchos piensen que la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), donde la salud es parte integral, responde a lo que ocurrió a fines del siglo XIX y la primera parte del siglo XX: a la batalla contra varias enfermedades infecciosas que eran la causa de la pobreza de muchos países. 

Si uno puede hacer un balance preliminar de cómo se valoriza la vida humana a partir de estos episodios, se hace a partir de una visión donde lo colectivo parece ser el camino a seguir para reparar los daños que este episodio va a significar para nuestra sociedad, pero también para dejar establecidas algunas condiciones que nos ayuden a prevenir lo que va a ocurrir nuevamente, en esta misma década o en la siguiente. 

¿Cuáles son los escenarios posibles? 

Con la historia es bien difícilmente hablar de pronósticos, porque es poco predecible lo que va a ocurrir, sobre todo tratándose de una enfermedad nueva. El cólera y la gripe española, con todo el impacto que tuvieron, eran personajes conocidos y la gente sabía a lo que se podía atener. 

Las pandemias y las epidemias, como lo ha dicho Charles Rosenberg, tiene tres etapas: La irrupción, el desarrollo y el fin. Y nosotros ya estamos en el desarrollo, ya estamos asumiendo las consecuencias del impacto inicial y estamos esperando el fin. Obviamente, en el transcurso de esas etapas hay estados psicológicos como la ansiedad, la angustia, la esperanza y la oportunidad que esto va a representar para otros, que van a tener ciertas ventajas. 

Pero, de acuerdo con lo que denotan las pandemias infecciosas, el gran hito va a ser la elaboración de la vacuna. Como ha ocurrido, una solución concreta y eficaz va a cambiar el escenario y va a ser el principio del fin de la pandemia como fenómeno social y sanitario.

Después viene el trabajo de inmunizar a toda la población con esta vacuna. Eso va a tomar de tres a cinco años. Porque naturalmente, las potencias van a estar interesadas en que su población se inmunice primero que los países que no forman parte de este círculo. Vamos a ser parte de ese proceso. 

Según las informaciones en torno a la creación de una vacuna, el próximo año ya tendríamos un hito y, psicológicamente, vamos a tener otra disposición porque va a ser cosa de tiempo para que recibamos la vacuna. Y aunque algunos de nosotros vamos a estar expuesto al Covid-19, es muy distinto vivir en una incertidumbre cuando no hay solución posible. Cuando ocurrieron las otras pandemias, como indican muchos salubristas que dejaron sus testimonios, el camino a seguir era la resignación. 

Lo que puedo aventurar, a base de las experiencias pasadas, es que la vacuna contra el Covid-19 va a marcar un antes y un después. Lo interesante es que no se olviden las causas de esta enfermedad, porque hemos creado una civilización que facilita la aparición de estos fenómenos. Así ha quedado en evidencia en las últimas dos décadas, cuando se han duplicado los brotes epidémicos de carácter infeccioso.

Esa civilización será parte del debate que vamos a sostener en esta década. Además está acompañado de otra crisis que ha sido desplazada pero está latente: el calentamiento global. 

Si bien el próximo año vamos a tener un hito que va a cambiar la manera de ver la enfermedad. Va a seguir presente el contexto que dio origen a este problema. Varios dirán, “no, dedíquese a la vacuna”, mientras otros van a querer cambiar lo que definen como la civilización global del siglo XXI.