Para entender las campañas de boicot, los rumores de desabastecimiento y las manifestaciones en los malls, Doble Espacio conversó con una investigadora de la historia del consumo y del consumismo en Chile.

 

Ha pasado más de un mes -y contando- desde que todo comenzó. Cacerolazos, marchas e intervenciones corrieron desde el 18-O en paralelo a saqueos, incendios y vandalismo. Eso, además de la desinformación y las noticias falsas: desde un gran desabastecimiento hasta un paro de camioneros. Pero hubo más. Por ejemplo, una seguidilla de campañas llamando a boicotear malls, supermercados y farmacias, que se acompañó poco después de manifestaciones frente a –y dentro de- algunos gigantes del retail.

¿Qué hay de inédito en esta y otras formas de relacionarnos con el consumo que se han visto en las últimas semanas? ¿Qué hay de familiar? Para entender los cómo y los porqué, para poner en perspectiva la agitación del presente, conversamos con Francisca Espinosa. Historiadora de la UC, ha investigado fenómenos de este tipo en otros períodos de la historia de Chile (como la “batalla de la merluza” durante la UP). Y ahora examina el presente.

¿Cómo relacionarías el fenómeno del consumismo con el estallido social?
Hay que hacer una distinción entre consumo y consumismo. El consumo es una operación cotidiana desde que el hombre es hombre: tiene que ver con la supervivencia. [El sociólogo Zygmunt] Bauman dice que,cuando el consumismo logra articular los deseos y hacerlos funcionales a cómo opera una sociedad, esa necesidad de reactualizar los deseos se convierte en el motor social y se articula en lo económico, pero también en las distinciones sociales. Las personas se terminan convirtiendo casi en productos en sí mismos. Es de donde viene también esa grieta.
El consumo está ligado a un sistema económico estructural que es el capitalismo y su vertiente neoliberal. Esa es la gracia: es un sistema que te lleva a consumir y a endeudarte. Eso es problemático cuando tienes necesidades en aumento y sueldos que se mantienen bajos. Ahí viene esa brecha en que la gente –la clase media, pero también sectores populares- no alcanza a cubrir lo mínimo. Además, el crédito se masificó, sobre todo en personas que tenían menos solvencia económica. Mucho del endeudamiento está ahí.

¿De dónde vienen estas necesidades? En los ‘70 había menos, y menos diversificadas.
Tiene que ver con una evolución histórica de la materialidad, de la modernidad, de las comunicaciones. En los ’70 un televisor era un bien prácticamente suntuario. Con independencia de las nociones ideológicas, hay necesidades que se van masificando en función de desarrollo de la materialidad en Occidente. De  lo que se concibe como bienestar. De hecho, el American way of life comenzó a colocar ciertos parámetros de qué es y qué no es vivir bien. En ese sentido, es interesante la tensión entre lo que la gente demanda o quiere, por un tema cultural, y cómo la estructura económica responde a eso.

 A propósito de la materialidad, tras el 18 de octubre se temió un desabastecimiento. Pareciera una sombra del pasado. ¿Cómo ves el tema?
Se inserta en una memoria social y personal: la UP y el golpe fue un periodo que produjo mucha tensión en la sociedad. Esos puntos están presentes cuando hay una conflictividad tan grande como la que tenemos hoy, cuando vivimos día a día la incertidumbre. El desabastecimiento es un punto esencial en el desarrollo del conflicto social. He leído en medios que hay gente con miedo de volver al ’73, de volver a hacer cola o a no tener para comer. Eso marca cómo te vas a desenvolver en la vida cotidiana. El mismo fin de semana del estallido, empezaron a decir en las noticias que iban a cerrar los supermercados, y en mi barrio la gente empezó rápidamente a abastecerse. Esto tiene que ver con la inseguridad y con la paranoia. Con una sensación que te hace actuar como acaparador, y eso es súper complicado: la gente está en una posición de seguir acumulando, porque no sabe qué va a pasar.
Esto es paradójico por dos motivos. Primero, porque Chile no tiene una crisis de producción ni una crisis de distribución: hay una cadena  de cómo las cosas llegan al supermercado  o a la feria. Segundo, me pareció interesante un rumor de que se iban a ir a paro los camioneros. Eso es otro “espejeo” de la UP. Uno dice: “Paran los camioneros y se para el país”. El presidente de una de las asociaciones de camioneros salió diciendo-y uno se lo puede tomar con cierta suspicacia, dado el contexto- que ellos tienen la misión de abastecer a la nación. Los camioneros también se perciben como entes vitales a la hora de mantener el abastecimiento, y ahí hay un poder interesante. Saben que lo ejercieron en el pasado y que si ese poder de alguna forma tiembla, la situación puede empeorar.

¿A qué se debe que en los primeros días los ataques estuvieran dirigidos a supermercados y farmacias?
Es una forma de generar una revancha en torno al malestar social. Lo primero que asoma es el supermercado, que es lo más grande y lo más anónimo. Por eso no es menor que, en los primeros días, se hayan saqueado supermercados y no almacenes de barrio. Y es porque quizás, hay una relación social de comunidad que puede tener cierta moral que no se aplica para los supermercados. Hay algo interesante acá: los comportamientos que uno ve en los saqueos. Como los manifestantes que detienen a un saqueador que escapaba con un televisor, se lo quitan y lo arrojan a la barricada.
Todo eso dice algo. En primer lugar, se rompe con el individualismo: no estoy saqueando para mí, sino expresando mi descontento, y ese descontento es con el supermercado: con quien me endeudo o con quienes se coluden. También se relaciona con el rol de la TV. Sobre todo con esto de “la tele miente” o “es basura, quemémosla”. Es como sacar algo del mismo sistema para protestar. Ahí opera mucho un lado simbólico que no es nuevo. Desde el siglo XVIII en Europa, se han visto obreros que van a paro y destruyen sus propias maquinas. Y a principios del siglo XX en Brasil, ante una revuelta contra la vacuna, que en fondo era una revuelta contra el proyecto de modernización, se rompen los tranvías. No es saquear por saquear. Detrás, opera otra lógica que es interesante analizar, más allá de lo cuestionable de esos actos.

¿Es el supermercado un símbolo?
Representa algo de las causas del malestar actual. Me imagino la vida de la cajera de un supermercado o de la persona que va a hacer el aseo: cuáles son los turnos, horarios. Varios nos sorprendimos, por otro lado, cuando vimos datos de la gente que se endeuda para alimentarse. Esto habla mucho sobre la precariedad. Uno podría decir, “ah, se endeudan por viajes, por electrodomésticos”. Pero es gente a la que no le da para llegar a fin de mes, y termina comprando alimentos con altas tasas de interés. Ahí también hay un malestar, y creo que también es por eso que llegan personas a marchar al Costanera. El Costanera Center es el niño símbolo de esta idea de un retail poderoso y de un holding -Cencosud- que representa un modelo de economía específico (además de ser súper fálico: se dijo que sería uno de los más altos de Latinoamérica). Hay un exitismo detrás de un lugar donde se generan transacciones de consumo. También hay una perversión de querer llegar a ese lugar, entre otras cosas por lo que representa. Por eso, los primeros días el Costanera estuvo cerrado. Eso también es interesante: hacia allá no se puede pasar.

En RRSS hubo varias campañas para boicotear centros de consumo como el Costanera Center…Creo que es porque esta dinámica ha cambiado las prácticas de consumo, ya que te puedes abastecer ayudándoles a tus vecinos, comprando en la feria. En términos logísticos, quizá es más complicado, pero cambió la escala del consumo. Tal vez en algunos lugares pueden subir los precios, pero aún así las personas se han dado cuenta de que existen escalas de consumo y una escala más micro te permite estar más conectado a tu barrio; no sé si generar lazos, pero sí tener una cotidianidad menos impersonal que la de ir a un mall. Aparte de todas las demandas estructurales, esto tiene que ver con cómo vivimos, y ese vivir tiene que ver con que no hablo con nadie, lo que es súper individualista. La feria te obliga a interactuar con otros, y eso es interesante. Por eso, hay gente que llama a no comprar en el retail.

¿Por qué crees que la atención se ha dirigido, en este aspecto, más a los privados que al Estado?
Las personas han hecho la distinción entre poder político, Estado y empresariado. El problema está en que se ha visto que el empresariado tiene ganancias y utilidades excesivas. Son ellos quienes manejan las grandes empresas donde seguramente la gente va a comprar. Con el estallido social y la crisis política, cambiaron las dinámicas de cómo se consume. La gente volvió a los negocios más chicos. En el fondo, por una cuestión coyuntural -es cada vez más complejo moverse en la ciudad-, pero también dándose cuenta de que son esas personas las que ganan más plata. Es con esos empresarios de grandes cadenas con los que se endeudan. Ahí también se ha puesto atención. Son los que también están involucrados en el tema y dan créditos que derivan en compras a ellos mismos.
El malestar está muy enquistado, pero no sé si se ha hecho tan pública una demanda para que el Estado fiscalice, por ejemplo, los precios. El precio de los medicamentos ha llamado un poco más la atención pero todavía no se visibiliza la responsabilidad del Estado para controlar el funcionamiento del comercio y de la distribución.

En tu paper sobre “la batalla de la merluza”, dices: “El consumo surge como un nudo problemático que articula tensiones y que es capaz de colocar en jaque a un gobierno”. ¿Crees que es así con el de Sebastián Piñera?
Es muy distinto: no sé si esa tensión tiene que ver con el Gobierno. Al analizar el Gobierno de la UP hay una responsabilidad que se le atribuye por no abastecer en un grado que, obviamente, no tenemos. Los índices de abastecimiento son muy distintos. O sea, ha pasado un mes y la gente todavía está comprando en los supermercados, en los almacenes de barrio. En el caso de la UP, el desabastecimiento, el problema de la distribución y la comercialización, fue tan grave, que lo llevó a otra escala. Si ahora hubiese existido mayor desabastecimiento y mayor complejidad para adquirir, en algún punto eso habría estallado contra el Gobierno
Ahora, hay otro tema que sí tiene que ver con dejar en jaque a un gobierno y pasa por la privatización de servicios básicos (previsión, educación, salud). Hay un Estado que no está cumpliendo con algo que les importa a muchos chilenos, sobre todo a la gente mayor: un Estado que sea de bienestar, un Estado fiscalizador, que proteja a los ciudadanos, pero sin la impronta socialista que tenía el gobierno de Allende. Me parece que son dos cosas que no entran necesariamente en contradicción. Las demandas tienden hacia un estado del bienestar que provea servicios básicos a los individuos, sin importar dónde nacieron. Eso no está ocurriendo. Desde esa perspectiva, el Gobierno sí se ve en jaque.

 ¿El consumismo era importante y hoy lo es menos? Mucha gente vive de vender. ¿Qué implicancias podría tener la situación a largo plazo?
No sé si es tan radical el “no consumamos más”. Incluso, ahora viene Navidad y mucha gente ha dicho, “voy a comprar a la pymes, voy a dejar de comprar en el retail”. Pero sigue presente esta idea de la compra. Esta coyuntura es súper acotada aún. La gente todavía no dice, “no voy a ir más al supermercado, mejor voy al a feria”. Pero me parece que hay un proceso, que esto está por verse.

La valoración de los malls pasa por su cercanía o por la variedad que ofrece. Pero también la educación, la cultura y la recreación se encuentran dentro de estas burbujas. ¿Qué indica esto?
Es muy simbólico de cómo estan conectados los bienes básicos con el consumo: como un negocio y no como elementos ajenos a las ganancias. Hay malls donde funcionan centros de formación técnica, también servicios médicos. La educación, la salud, elementos básicos en las vidas de las personas, son mercantilizados. Hasta hoy, no había ningún reparo al respecto. En términos de diversión, la gente ha buscado vías paralelas, que no son ir a un mall. La gente ha vuelto a la plazas de barrio. Lo que esta crisis ha demostrado es que uno puede tener un estilo de vida similar, pero a una escala más pequeña, más personalizada y cada vez más humana.

 

Sacha Gutiérrez

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile.