Tras el estallido social que sacudió al país, el autor de La mala memoria y exagregado cultural reflexiona sobre la crisis del modelo chileno. Sebastián Piñera, observa De la Parra, “no podía hacer gestitos que lo llevaran a equivocarse tan rotundamente. Pero los hizo. Sus ministros dijeron tonteras, él también, y ya no son graciosas. Y ahí se encuentra con una clase media irritada que no está dispuesta a cualquier cosa”.

 

El pasado viernes 25 dejó en evidencia la masividad de las manifestaciones sociales que habían estallado una semana antes. Cerca de 1 millón 200 mil personas se congregaron en Plaza Baquedano, punto de encuentro histórico de las protestas capitalinas, sin contar las miles que se congregaron regiones y en otras comunas del Gran Santiago.

El mismo día de la señalada manifestación, Marco Antonio de la Parra, se aventuró a describir el escenario político. El exagregado cultural en Madrid y miembro de la Academia de Bellas Artes, observa un gobierno que ha hecho oídos sordos y que, como muchos, no anticipó lo que se terminaría desatando: “Yo creo que es muy fácil decir que esto se veía venir, luego de que la cosa era tan manifiesta. Sin embargo, había signos en las manifestaciones aisladas de molestia frente a varios aspectos de la refundación capitalista-neoliberal del país”.

Para De la Parra, el problema yace en la mantención del modelo económico de la dictadura, del que se hace cargo una Concertación transigente y muy dada a los acuerdos, y que no se ve replanteado. Explica que son cuatro los puntos fundamentales sobre los que se manifiesta la población: transporte, previsión, educación y salud. En todos ellos, dice, sin Estado no hay solución.

Del mismo modo, sugiere que la corrupción fue otro tema importante para la explosión social: “No era este, como decía ‘El Hocicón’, de Condorito, un país pobre pero honrado. De repente, dejamos de ser pobres y dejamos de ser honrados, también. Se produjo una tentación del manejo de los dineros, y entramos en un país que se comenzó a hacer extraño”.

El psiquiatra explica que la idea del “chorreo”, donde el dinero baja desde las élites económicas, fue un factor importante para la elección de Piñera 2 y para su actual crisis. Afirma que la gente volvió a elegir a Piñera con la promesa de una mejor gestión económica, pero que “el votante todavía no estaba enterado de que estaba molesto por otras cosas que no son de gestión, pues se comporta creyendo en el chorreo”.

Ante este escenario, no imagina al Presidente liderando el cambio que la sociedad chilena reclama y necesita. Se cuestiona quién o quiénes lo conducen y postula que, quizá, este sea el momento para que surjan nombres de gente muy joven. “Tal vez haya que saltarse una generación [política] perdida entremedio”.

Un oasis que era un espejismo

“El problema ya no es la dictadura. El problema es el rediseño de la democracia”. Así describe el autor el núcleo de los descontentos que llevaron a la crisis social en Chile. Apunta a la poca regulación del capitalismo, que también ha desencadenado revueltas sociales en el continente. Respecto a la regulación del modelo, cita a Pepe Mujica y su idea de “ponerle riendas” al capitalismo, “riendas que tiene Uruguay en su país”. El dramaturgo enfatiza en que no es posible entregarle al libre mercado la vida cotidiana del ciudadano común y corriente. “No puede depender del mercado neoliberal que yo me pueda enfermar o no. No puede depender de eso la educación de mis hijos, no puede depender de eso mi vejez, mi pensión”, situación que señala como el punto donde, posiblemente, se estancó el sistema.

Es en este contexto se refiere a la constante comparación con países como Dinamarca o Finlandia, donde hay “impuestos brutales” que en Chile son imposibles de replicar sin una reforma tributaria “donde todos, y principalmente los que reciben mucho dinero, paguen altos impuestos”. Y afirma que se hace necesaria la reaparición de un Estado poderoso, pero conducido “por gente que esté a la altura”. Para De La Parra, es aquí donde “nos pilla una clase política desfondada, una cantidad de personajes de la clase política metidos en corrupción, y muchas veces con inexperiencia”, en medio de “un lío con un gobierno sordo”.

Añade que el Gobierno tuvo signos que le advirtieron lo que podía venir, entre ellos lo sucedido con el exministro de Cultura Mauricio Rojas, quien fue retirado del cargo pocos días después de asumir, tras los fuertes cuestionamientos a sus dichos acerca del Museo de la Memoria y los derechos humanos. Esta pudo ser, sostiene, una señal para Piñera “sobre cómo estaba el clima. No podía hacer gestitos que lo llevaran a equivocarse tan rotundamente. Pero los hizo. Sus ministros dijeron tonteras, él también, y ya no son graciosas. Y ahí se encuentra con una clase media irritada que no está dispuesta a cualquier cosa”.

El escritor apunta a la mediocridad en la gestión del Ejecutivo, lo que también contribuyó tal hastío de la población. “El segundo gobierno de Piñera es una mediocridad infinita. Y ya cuando vinieron los chistes de las flores y todo eso, se produjo una especie de irritación final, como la de un matrimonio en el que uno empieza a pelear hasta por el apio”

La paranoia y los “chalecos amarillos”

La anomia es la falta de normas y organización en la sociedad. De la Parra explica que este es el estado que ha envuelto al país en la semana y fracción de manifestaciones masivas. Y dice que esto lleva a los individuos a caer en la paranoia. El psiquiatra mira al Instituto Nacional para hablar sobre la incertidumbre de la crisis actual: “Uno piensa en el Instituto Nacional casi como la sede de entrenamiento de una guerrilla urbana. Esta es la paranoia ¿no? O sea, por qué durante todo ese tiempo se dieron las molotov, los overoles blancos, los pacos metiéndose… Se dio en un microespacio de lo que después sería el país”.

Este exinstitutano plantea que de aquí nace la paranoia, en el “¿quién está detrás de todo esto?” o, como sucede en el caso de los ataques al Metro, en el “¿quién se aprovechó para hacer esta operación militar impresionante para incendiar el metro?”.  El problema se da porque “uno no puede decir dónde empieza la espontaneidad ni cuál es el momento en que se produce algo que no es espontáneo”.

Ante el escenario crítico de los saqueos, surgen los “chalecos amarillos”, más que por el desabastecimiento, por una crisis en las normas sociales. Estos grupos de vecinos se unen cada noche, en distintas ciudades, para romper el toque de queda armados de palos y fierros, y así cuidar sus casas de eventuales saqueadores que aprovechan la situación para asaltar barrios. De la Parra interpreta este gesto como una forma de enfrentar el caos: “En la anomia, la gente se organiza como puede. Y los barrios se convierten en un far west. Claro, existe el linchamiento y la sensación de justicia por las propias manos, pero también un ‘no tengo quién me defienda’. Este malestar ya estaba en cierto sector de la sociedad, en la clase media y clase alta, con los portonazos”, a todo lo cual se agrega el descrédito de las instituciones garantes de la seguridad pública.

Para el escritor, los “chalecos amarillos” están dentro del caldo de cultivo del populismo de derecha, pero falta saber en qué momento se va a manifestar. Igualmente, cree que el Gobierno de Sebastián Piñera está apostado por el desgaste. “Esto ya ha sucedido en la historia de Chile: en 1905, con la revolución de la carne, salen los milicos, empieza el despelote, sale la clase alta, agarra pistolas y escopetas, y salen a defender sus casas. Y guatea la revolución de la carne. Después vienen la revolución del ’49 y del ‘’57, también en la calle, y también guatearon con medidas terribles”. En esta línea, los “chalecos” son gente asustada, no solo de los saqueadores, sino también de las manifestaciones: “Estos defensores de la calle simpatizan con quienes no están en las marchas, que también es harta gente. Este grupo de personas “quiere que el país funcione de alguna manera y que se corrijan las cosas, pero, por temor, no va a salir”, concluye el psiquiatra.

Asimismo, hace una crítica a la organización de las manifestaciones y a cómo estas han sido reprimidas. “Lo clasista se ve incluso en los pacos, en dónde disparan. En qué barrio disparan y en qué barrio no disparan”, dice el psiquiatra, “es evidente lo clasista de este país, y acá ha quedado también en evidencia. Clasista en la acción policial y clasista en las manifestaciones”, cotejando el caso de la Plaza Ñuñoa con los de centros de comunas periféricas.

 

Desestresarse y manifestarse

De la Parra recomienda no conectarse por mucho rato a las redes sociales: “Pueden dejarte aterrado, o sea, uno termina agotado por la información falsa y por la información correcta”, aludiendo a la tensión que genera esperar a que ciertos episodios se desmientan o confirmen. Eso, mientras “los medios masivos están patidifusos, sin la posibilidad de manejar esto”. Dice que se han visto sobrepasados al nivel de la gente, que puede terminar igual de agotada por consumir los canales de TV abierta, y critica la la cobertura de las manifestaciones. Explica que en la televisión no poseen una línea editorial clara, siendo muchas veces esta cobertura funcional a una estrategia para mantener la sintonía.

Del mismo modo, critica a la organización medial postdictadura, que avanzó junto con los factores que llevaron a la crisis actual del país. “Lo que hizo la Concertación con los medios de comunicación, como lo que hizo con el diario La Época, fue no apoyar a los diarios y las revistas que había. Les dio una embajada y los sacó de circulación. Porque para eso son las embajadas, digamos, para sacar de actividad. Y quedamos con El Mercurio y La Tercera, y algunas revistas y diarios muy chicos”.

Destaca De La Parra, finalmente, la lentitud con que el Gobierno ha mostrado interés real por resolver las demandas ciudadanas. Y vuelve a la idea de Piñera apostando al desgaste del movimiento. Pero no cree que le resulte tan fácil. “Yo no sé si va por ahí. Creo que el movimiento puede cansarse, pero hasta por ahí, no más. Se le puede dar una tregua a Piñera por cansancio, pero no por desilusión”.

El dramaturgo hace una analogía con un partido de fútbol: podría ocurrir algo similar a un entretiempo para recaudar las energías y volver a pelear por un marcador favorable en la segunda mitad. Eso sí, le preocupa la falta de voceros firmes que estén pensado el movimiento y que se hagan cargo de apretarle la mano al Gobierno: “Alguien que salga a confrontar a Piñera, pero el único que lo está confrontando es Kast. No Felipe, sino José Antonio Kast. Es aterrador”.

Catalina Araya

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile

Felipe Arancibia

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile