En Chile hay más de 2.800.000 adultos mayores –el 16,2% de la población- y se espera que en 2025 sean más numerosos que los menores de 15 años. Cerca de 220 mil personas, en tanto, sufren de Alzheimer y otras demencias, un número que, dado el envejecimiento poblacional, se incrementa cada año. El autor de este texto cuenta aquí la historia de una de esos 220 mil: su abuela.

Era una tarde de verano, cerca de las tres. Un mantel rojo a rayas cubría la mesa y la loza blanca combinaba con los individuales. Su plato favorito estaba servido: fideos al pesto con un toque de mantequilla. Todo iba bien. Hacía poco, habíamos terminado de dibujar los paños de cocina que tanto le gustaba hacer. Sin embargo, algo sucedió. Un golpe en la mesa lo cambió todo. La tensión se apoderó de la casa y la preocupación me invadió.

Recién ahí pude aceptar lo que mi abuela estaba viviendo: demencia senil. Una enfermedad extraña y cruel. ¿Quién imaginaría que iba a borrar todo lo que has construido en tu vida? Si bien se la habían detectado hacía un tiempo, ella seguía siendo la misma conmigo. Hasta ese día.

En cosa de segundos, comenzó a desesperarse. La dulzura se convirtió en enojo. “La comida tiene bichos”, reclamaba. “¿Qué es esto?”, preguntaba. Con una mano intentaba sacar los restos de albahaca de los fideos. Yo intentaba explicarle que era su comida, que no había nada raro en el plato. Pero no funcionó. “¿Me quiere hacer daño?”, me preguntó. “¿Quién es usted?”. Bloqueo mental. Me perdí un par de segundos en mi mente, tratando de comprender qué pasaba. No encontraba una respuesta lógica, y lo único que podía repetir era: no puede ser.

Según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), los adultos mayores (60 años y más) superan las 2 millones 800 mil personas, equivalente al 16,2% de la población. El 55,7% corresponde a mujeres, y el 44,3%, a hombres. Se espera que en 2025 los adultos mayores serán más que los menores de 15 años. Un estudio de la Universidad Católica, en tanto, establece que alrededor de un 8,5% de las personas mayores presentan algún grado de deterioro cognitivo y proyecta una prevalencia de demencia de entre 25% y 50% para los próximos años.

Uno quizás está acostumbrado a ver estas de cifras en la tele, o a leerlas en el diario, y no parecen nada alarmantes. Pero, ¿si es tu abuela? Recién cuando te toca vivirlo, los números preocupan. Ojalá tu abuela jamás pase por esto.

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Se paró de la mesa y comenzó a tomar su cabello con fuerza. Intenté acercarme para tomar sus manos, pero ya estaba irreconocible. El mantel tocó el suelo, acompañado de una sinfonía inoportuna. Ella gritaba pidiendo auxilio, y yo no podía hacer nada para calmarla. Respiré hondo y la abracé con todas mis fuerzas. Rasguños en los brazos, una que otra grosería salía de su boca. De pronto, todo se calmó. Su mirada volvió a ser la misma. Con inocencia preguntó: “¿Por qué tiene esa cara, mi niño?” La abracé aún más fuerte y le dije que no pasaba nada. Me miró y me acarició el rostro, secando una lágrima que bajaba sin avisar.

Más calmado, llamé a mi mamá y le conté lo que había pasado. Estaba trabajando y no podía venirse. Mi abuela tenía algunas heridas en los brazos, y yo no sabía si volvería a pasarle algo así. Los más cerca en Maipú era el hospital. Recogí un poco de loza del suelo, la abrigué y salimos de la casa. Ningún colectivo quería llevarnos: 4 kilómetros nos separaban del destino y si no pagaba los cuatro pasajes, no podían llevarme. Esperé un rato hasta que un chofer, sin pensarlo mucho, nos tomó.

En el camino, los minutos se hacían eternos. Sentía miedo de que pudiera pasarle lo mismo. Uno nunca se imagina a los abuelos mal, y a mi abuela siempre la vi como un roble de cien años. Invencible.

Tras llegar, rápidamente fui a la ventanilla a ingresarla. La funcionaria preguntó por el motivo de la atención. Le expliqué que no sabía, que ella había actuado de forma agresiva y que tenía demencia senil. De inmediato me dice algo como, “ah, sí, es propio de la enfermedad, pero te digo altiro que acá no le van a hacer nada”. Desconcertado, recibo el carnet y escucho: “Tome asiento. Tiene pa’ una hora más, eso sí, porque está lleno”. Cerró la ventanilla de golpe. Entonces entendí cómo se pierde la empatía.

El ambiente era desolador. De la edad de mi abuela había 15 más esperando: algunos durmiendo, algunos quejándose, otros ni siquiera estaban acompañados. Tras una larga espera, una enfermera nos recibió en la puerta. Entramos a una sala y le tomó los signos vitales: presión, saturación y temperatura. Todo estaba normal y solo debíamos esperar al doctor. Después de un rato, apareció un señor con acento extranjero.

-¿Qué tiene?, preguntó

-Demencia senil, contesté.

Le relaté la situación que habíamos vivido en la casa. Le conté que, por primera vez, no me había reconocido. Con un tono levemente sarcástico, me dijo que mi abuela había sufrido una crisis de delirio de persecución. Que era algo propio de la enfermedad. Que era normal. Me alegró saber que al menos había una explicación y pregunté qué debíamos hacer si volvía a ocurrir algo así. Contestó: “Pues no se puede hacer mucho, la señora ya está en edad avanzada y usted sabe que, tarde o temprano, se va a morir”. No supe qué hacer: sentía rabia, impotencia. ¿Cómo un profesional de la salud puede tratar así a una persona?

Me exalté y le dije que no podía contestarme algo así. Que se suponía que él estaba ahí para ayudar. La vio un poco y recomendó que, para que no le volvieran ocurrir ese tipo de cosas, debía tomar pastillas que la tuvieran tranquila. Todo me parecía tan ilógico: era mi abuela a la que estaban tratando como cualquier cosa. Para terminar, el médico le recetó paracetamol, por si había dolor, y gotas de melisa, para que estuviera más tranquila.

Fue mi peor experiencia en un hospital. En la salud pública no hay un geriatra que te diga qué hacer en estos casos. No hay tampoco ayuda psicológica que permita llevar de mejor manera la enfermedad. ¿Qué rol está cumpliendo hoy el Estado con el adulto mayor en materia de salud? Según datos del Ministerio de Salud, en el país habría más de 220 mil personas con estas u otras demencias, número que por el envejecimiento poblacional se incrementa año a año.

El diagnóstico oportuno puede mejorar significativamente la calidad de vida. Sin embargo, en la mayoría de los casos el diagnóstico es tardío. En 1 de julio de este año el Gobierno anunció un incremento en el Acceso Universal de Garantías Explícitas (AUGE) que contempla el Alzheimer y otras demencias. Todo beneficiario con sospecha de alguna de estas enfermedades tendrá acceso a confirmación diagnóstica 60 días después de la sospecha y tratamiento, en un plazo máximo de 60 días tras confirmarse la existencia de la enfermedad. La vigencia de las nuevas garantías se hará efectiva 90 días después de publicado el decreto en el Diario Oficial, lo que debería ocurrir en octubre próximo.