En un país donde la pornografía, violenta y cruel, es la principal fuente de educación sexual, realizar o hablar de prácticas como el Shibari, que no están arraigadas en nuestra cultura occidental, puede parecer hablar de perversión, dolor y daño. Pero no es así.

 

Tengo problemas con las situaciones violentas. Me descomponen las peleas y los gritos, los insultos. Si estoy tirando con alguien y me jalan el pelo o me aprietan levementeel cuello, me enojo, pero no lo digo. Y qué más violento que inmovilizar a una persona, atándola con una cuerda como si fuese un criminal del Siglo XVII. De esto trata el Shibari o Kinbaku, un estilo de bondage japonés. Shibari se traduce como “atar” y llama increíblementemi atención cuando veo fotografías en internet de mujeres atadas y suspendidas como lámparas de carne que encandilan.

Todavía no sé mucho sobre el tema, pero me animo a participar en un concurso, vía Instagram, que ofrece clases de Shibari para dos personas, afortunadamentegano y me contactan el día anterior al taller. El mail que recibo de Bondage Chile dice que mi acompañante y yo debemos ir con ropa cómoda y que llevemos cuerdas de yute (material de fibra natural) y tijeras de seguridad. Llegamos solo con la cuerda, y nos encontramos con otra pareja acomodando sus bicicletas en el patio interior de la casona en que nos citaron. El objetivo del taller es aprender las nociones básicas del Shibari y es la primera parte. El fin último de este curso repartido en tres talleres es que podamos realizar una suspensión o “vuelo”. Cada clase tiene un valor de 40 mil pesos chilenos por pareja. Mi compañero y yo, participaremos gratis.

Nuestro profesor es Christian Leiva, creador del sitio Bondagechile.cl, dedicado a la realización de talleres BDSM (Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión, Sadismo y Masoquismo) y a la divulgación de estas prácticas sexuales. El Shibari nació en el periodo Edo de Japón, época en la cual los samuráis practicaban Hojo-jutsu, un arte marcial que implica capturar y restringir criminales utilizando cuerdas (sin generar daño). El artista Ito Seiu es reconocido como el padre del Shibari moderno, quien, a inicios del Siglo XX, popularizó imágenes eróticas que contenían ataduras con cuerdas en pinturas y dibujos. Christian comenzó a practicar Shibari en 2004, tiempo en el que aprender este arte requería mucho más esfuerzo debido a la falta de redes y a la lejanía cultural y territorial entre Chile y Japón.

Cuando entramos a la habitación donde se realiza el taller, de piso de madera y murallas pintadas completamente de negro, me fijo en la película puesta en el televisor que está en el centro de la sala. Veo mucha sangre y a una mujer con el cuerpo rodeado de cuerdas, atravesando con un clavo la lengua de un hombre inmovilizado sobre una mesa. Se trata de Visceral, producción chilena de estilo gore con temática Shibari. Eso me cuenta Christian, mientras esperamos que el resto de los participantes llegue. Entran cuatro personas más, dos chicas que al parecer son amigas, y una pareja de mediana edad. En total somos nueve.

Christian nos explica que las cuerdas de yute, antes de ser utilizadas, tienen que ser tratadas, hay que lavarlas y aceitarlas para que la manipulación sea más cómoda y el contacto con la piel más agradable. Nuestra cuerda viene envuelta en plástico y adherido a éste, hay una etiqueta que describe el producto y enumera algunas advertencias, entre las cuales están: producto NO apto para fines recreativos, NO utilizar en humanos, NO utilizar para suspender a personas ni animales. Para hacer Shibari se requiere exclusivamente de cuerdas de fibra natural, yute o cáñamo. Nunca algodón, porque las cuerdas de este material suelen estirarse y los nudos se vuelven casi imposibles de desatar.

Me considero una persona de manos habilidosas. En esta ocasión ser dominante me acomoda, mantener el control de la situación y asegurarme que mi compañero se sienta bien. Él se divierte siendo sumiso, eso me dice, así que de esta manera funcionamos bien, aunque los dos queremos aprender desde las dos perspectivas en que el Shibari puede ser practicado.

Primero aprendemos a realizar unos nudos que sirven para juntar e inmovilizar tobillos y brazos y luego cambiamos de rol para aprender el Takate Kote, o Gote Shibari, un arnés que inmoviliza los brazos y los une por atrás y que permite una suspensión segura desde el pecho o la espalda.

Tengo los brazos por completo inmovilizados y de mi frente cae un mechón que me molesta en la cara, también tengo sed y le pido a mi compañero que me ayude, que me acomode el pelo y que me dé un poco de agua. Comprendo, entonces, que la confianza es crucial. Intento mantenerme paciente mientras mi brazo izquierdo empieza a cosquillear; al parecer la cuerda no está bien ubicada. Le digo a mi compañero que la acomode para que no se me siga cortando la circulación. Me pica el cuerpo, porque nuestra cuerda sin curar suelta constantemente pequeños trozos de fibra que se nos pegan en la ropa y se nos meten en los ojos. Luego de 20 minutos, terminado el Takate Kote, comienzo a desesperarme y mi compañero procede a desatar los nudos. Cambiamos de rol otra vez.

Es importante comprender que el dolor no implica necesariamente daño. En el bondage occidental, el Shibari o cualquier práctica BDSM, es necesario el consentimiento, la existencia de acuerdos y límites bien claros entre los participantes. Amarrar significa, según la RAE “atar y asegurar algo por medio de cuerdas, maromas, cadenas, etc.”. Atar es “impedir o quitar el movimiento”. En el arte del Shibari uno no amarra, sino que ata, y no se cuelga, sino que se suspende. El amor no amarra ni hace daño; duele, pero no hace daño.

Mientras practico mi habilidad en el Takate Kote, me fijo en los otros participantes: al parecer están disfrutando el taller. Una de las chicas, con los brazos inmovilizados por el arnés, echa su cabeza hacia atrás para besar a su pololo que está completando los últimos pasos, la escena me parece empalagosa, pero tierna. La pareja de mujeres, por su parte, se ríe y se sacan fotos.

Lo último que aprendemos en el taller de hoy es el Futomomo, técnica que permite inmovilizar una o ambas piernas y ayuda también al momento de suspender a una persona. Christian nos explica que en la próxima sesión realizaremos una semi suspensión. Si todo sale perfecto, en la tercera parte del curso podremos volar. Pero ya estamos cansados, tenemos el cuerpo adolorido. Después de cuatro horas practicando con las cuerdas y hablando de cultura japonesa, nos despedimos.

Con mi compañero, nos retiramos alegres. Siento que la confianza que tenía con él se ha acrecentado. Mientras caminamos, hablamos de nuestros gustos sexuales, de nuestros horribles prejuicios y miedos y de cómo hoy, gracias al Shibari, nos liberamos un poco de esas ataduras.

Milenka Anguita

Estudiante de Periodismo de la Universidad de Chile