Desde los años ochenta, el hip-hop ha consolidado su lugar entre las culturas urbanas del planeta. Movimiento musical y estilo de vida, ha estado en constante transformación desde sus orígenes, en EEUU, y en Chile se ha convertido en herramienta didáctica y política. La presente investigación, cuya primera parte presentamos acá, está extraída de la memoria de título del periodista Javier Pérez Soto.

 

Domingo 13 de diciembre de 2015. Un inclemente sol de verano se posa sobre las cabezas de quienes circulan por la plaza de La Paz, en la comuna de Recoleta. Ubicada a un costado del Cementerio General, en la explanada se reúne una multitud de más de diez mil personas convocadas por un magno evento: la final de La Batalla de los Gallos, un enfrentamiento de rimas entre dos jóvenes raperos: Arkano, de España, y Tom Crowley, de Chile. Se trata de una batalla de freestyle, competencia propia de la cultura hip-hop donde dos personas se desafían mediante la improvisación, buscando el titubeo del rival.

Los competidores se pasean por el tablado mientras de los grandes parlantes surge un ritmo repetitivo, originado en las tornamesas del DJ. Ambos muchachos sacan a relucir sus habilidades y le proporcionan verbo a la música para sacarla de la monotonía. El público disfruta la manera en que los rivales se despluman en el escenario, celebrando con voces de sorpresa los insultos y frases de picardía que se intercambian. Si bien la competencia consiste en confrontar al oponente, ambos finalistas son conscientes de que el hip-hop es un movimiento que busca la paz y el respeto entre los miembros de su comunidad. Tom Crowley interpela espontáneamente a su contrincante, “fácil es hacer llorar/difícil es hacer reír/Lo aprendí contigo hermano/ahora voy a fluir”. Arkano, por su parte, replica con cordialidad: “No importa quién gane, tenemos la bandera del hip-hop”.

Luego de cinco minutos de un ir y venir de palabras, llega el momento de dar el veredicto. Los jurados, raperos experimentados en esta modalidad, deliberan mientras el público apoya fervientemente a Crowley. Pese al apoyo, el jurado da como ganador a su contrincante. Independiente del resultado, los participantes se saludan en un abrazo fraterno. “Más allá de menoscabar a un rival, es más importante educar con el hip-hop”, declara posteriormente Crowley para Red Bull, los gestores del campeonato. También recalca la disciplina que requiere ser rapero y la necesidad de conocer el trasfondo de esta cultura: “Para hacer esto es súper importante ponerse a estudiar. En primer lugar, mucha, mucha práctica, pero también estudiar los orígenes del hip-hop. Si vas a hacerlo sin cachar bien qué es el hip-hop, que va más allá de la publicidad gringa que lo asocia a la delincuencia en la comunidad afroamericana, no. Esto empezó de otra forma, es una revolución”. Si bien se trata de un evento con una marca multinacional como promotor, el hip-hop es un movimiento que tiene más características de contracultura, moviéndose mayoritariamente en circuitos autogestionados.

Alejado de los patrocinadores y las marcas, otro certamen se realiza en el complejo Manuel Gutiérrez, de la comuna de Peñalolén, el 7 de mayo de 2016. En una actividad organizada por el colectivo Rap Autónomo Poblacional, se celebra el Quinto Festival de Hip-hop en Peñalolén bajo la consigna “Contra la democracia de los ricos, no a la detención por sospecha”. La jornada ha comenzado antes de mediodía y desde temprano se han desarrollado talleres gratuitos de grafiti, breakdance y micrófono abierto para quien quiera dar a conocer sus rimas. El hip-hop es una cultura urbana que se expresa través de distintas disciplinas. Tanto este arte gráfico como el mencionado estilo de baile, son parte de un entramado más complejo, que junto al rap y la música realizada por las tornamesas -denominada djing– conforman las cuatro ramas del hip-hop.

Los talleres gratuitos están dirigidos tanto a jóvenes que buscan interiorizarse en las disciplinas, como a quienes quieran compartir sus conocimientos. Es una fiesta abierta de largo aliento, y aunque se extiende hasta entrada la noche, gran cantidad de público continúa ocupando los alrededores del parque y las multicanchas ubicadas a un costado. Finalizados los talleres, se da paso al plato fuerte de la jornada. Al fondo del complejo se monta un escenario sin más pretensiones que una tarima, algunas luces y un lienzo con un extenso graffiti que ilustra una barricada. Acompañado por sus vinilos y un par de tornamesas, un muchacho sube y comienza a hacer música. Sólo hace falta un elemento.

Los presentes entienden la señal. Comienzan a hacer ruido mientras sube un maestro de ceremonias a interpelarlos. A diferencia del show de Red Bull, quienes organizan esta actividad son conscientes de la misión educadora del hip-hop, pero también es un espacio con un fuerte compromiso social y con una consigna abiertamente política que los convoca. El MC le recuerda a la gente: “Estamos en una plaza que reivindica la memoria de Manuel Gutiérrez, un niño asesinado por los pacos un 25 de agosto, en la misma pasarela que pueden ver allá”. Luego de este mensaje, que es compartido por los asistentes entre aplausos y abucheos, comienzan a aparecer los artífices de las rimas.

Algunos en conjunto y otros en solitario, en total son más de una veintena los jóvenes de ambos sexos que se suben al escenario para mostrar sus versos y, de paso, expresar sus inquietudes y diversos modos de interpretar la realidad. Uno tras otro van compartiendo con el público, quienes interactúan activamente con cada proyecto musical que sube a la tarima. La gente salta, acompaña con sus brazos en alto, replica a los artistas cuando estos los interpelan e incluso algunos se animan a realizar beatbox en los intermedios de las presentaciones. La habilidad de producir sonidos con la boca, que emulan a una batería, es complementada por rimas espontáneas que surgen entre pequeños grupos entre la multitud.

Cuando la actividad se acerca a su fin, se percibe un público inquieto, expectante y a la espera de un joven que, a pesar de su corta edad, ha provocado gran atención en el circuito del hip-hop nacional. Se escuchan murmullos de su nombre cuando el MC confirma que llegó el turno de quien ha generado tanto entusiasmo. Cristopher Coñoman, de 16 años, se sube al escenario llevando puesto un trarilonco -cintillo de origen mapuche- mientras recita palabras en mapudungún. Presenta a dos muchachos cercanos a su edad, una mujer y un hombre, quienes le darán los apoyos en los coros durante su presentación. Comienza a sonar la música, mientras Coñoman invita a la gente: “Cuando yo digo rap, ustedes dicen mapuche ¡Digo rap! ¡Mapuche! ¡Rap! ¡Mapuche! Esto es reivindicación y dice así”. A continuación de su entrada, Coñoman comienza a recitar con firmeza. “Tal parece que perece lo que de verdad nos pertenece/ene vece’ escucho gente que no se enorgullece/Olvídate de tus raíces, dice quién te adormece/pises donde pises no te olvides de lo que eres”.

Los presentes adhieren al mensaje de este primer tema, Reivindicación, que hace un llamado a recuperar la cultura mapuche y replicarla en contextos contemporáneos, partiendo por los circuitos de hip-hop. “Nuestra gente está triste en el campo y las poblaciones de la ciudad. Por eso nosotros sacamos nuestra rabia a través del rap”, declara Coñoman. Y antes de seguir con el show, añade: “De nosotros y nosotras depende que el día de mañana no sólo seamos parte de una foto. De nosotros y nosotras depende que el mapudungún no desaparezca. Que no estemos en sus cárceles, como ellos quieren. De nosotros depende mantenernos vivos”.

El artista recoge la identidad originaria como su principal bandera de lucha, que difunde mediante el rap. Y aunque no es un hablante nativo de mapudungún, sí usa palabras de esta lengua en sus canciones y es consciente de la “necesidad de asumir nuestra responsabilidad cotidiana como mapuche, dándole uso a la lengua. Lamentablemente, (el desuso) es un tema que está pasando”. Para terminar la reflexión, invita a la gente a escuchar Se va nuestra lengua. Antes de bajar del escenario, cierra su show con un mensaje: “Venceremos decían nuestros antiguos, pero primero hagámonos sabios”.

Para quien no está familiarizado con el movimiento hip-hop local, la mixtura que hace Coñoman entre cultura urbana y mapuche puede parecer un fenómeno atípico. Sin embargo, no se trata de un hecho aislado. Concentraciones de carácter político o cultural son los espacios comunes donde ambas culturas han comenzado a interrelacionarse, principalmente en sectores periféricos del Gran Santiago. Un caso interesante es el del Centro Ceremonial Meli Rewe, de la comuna de Pudahuel, durante el Encuentro por el Rescate de la Cultura y Tradición Mapuche (2015). En la actividad hay muestras de gastronomía, lengua, bailes y ceremonias tradicionales. Como es habitual, son los ancianos quienes presentan estos saberes a los presentes. Eso sí, en el encuentro se realiza una actividad que sale de lo acostumbrado, valiéndose del hip-hop como medio para conectar generaciones.

Gonzalo Luanko es un joven profesor mapuche que pide la palabra en el encuentro para dar una muestra musical. No lleva kultrún ni instrumentos tradicionales. Usa sus rimas y la base musical del rap para mostrar su “hip hop con mensaje mapuche”. Se presenta a los asistentes del encuentro diciendo: “Hola a todos quienes estén escuchando mi palabra. Yo soy Gonzalo Luanko; crecí en la ciudad de Santiago, aquí en la comuna de Pudahuel, pero toda mi gente es originaria de la comunidad de Huillinco. La temática de mis letras se enfoca en nuestro mundo mapuche; en términos de denuncia, educación cultura y pensamiento. Hace poco saqué mi último disco, que se llama Tradición oral, donde relato la oralidad que tenemos como mapuche”. Mientras interpreta su canción Ngulam enew –me aconsejaron-, Luanko es observado con atención por los jóvenes, y sobre todo, por los más ancianos, quienes escuchan sus palabras con curiosidad. “Al principio es un poco chocante para los abuelitos, porque para ellos la música mapuche es kultrún y trutruka, y así es efectivamente. Yo hago música hip-hop”.

En la opinión de Luanko, el hip-hop es una “herramienta comunicacional”.  A través de esta cultura urbana, Luanko puede conectar lo tradicional con las generaciones que tienen un menor conocimiento de sus orígenes: “Hay gente en Santiago que no tiene idea de sus raíces mapuche, y a través de una canción despierta su identidad. Todo eso lo descubrí con el tiempo. Nunca hice hip-hop para buscar fama, sólo para poder dormir tranquilo en la noche. Después me di cuenta que era una herramienta potente para tu pueblo. Por eso lo sigo haciendo”.

Recogiendo la filosofía del hip-hop en su vertiente más activista, Luanko advirtió que, aunque se trate de contextos diferentes, esta cultura urbana también puede aplicarse como un medio de difusión de las problemáticas sociales de los sectores marginados. “El hip-hop tiene una fuerte raíz africana. Entonces yo pensaba, ‘no soy africano, pero voy a hacer hip-hop desde mi raíz, desde mi vereda’”, cuenta. “Creo que la música es una forma de doblarle la mano a este sistema huinca tan envolvente y devorador donde estamos insertos. Un sistema capitalista potente donde se nos está exterminando. Creo que una de las formas de hacerse respetar es a través del hip-hop con mensaje”.

Al considerar estas tres actividades, es posible tantear algunas señales del momento presente de la cultura hip-hop en Santiago. Una cultura que se mueve a través de distintos niveles y contextos, sin dejar de lado los aspectos clave que la definen. Actualmente, y debido a su masividad, ha logrado insertarse en las lógicas de la industria del entretenimiento, como lo ejemplifican la Batalla de los Gallos y otros festivales musicales de gran convocatoria. Pese a formar parte de esta vertiente comercial, el hip-hop también logra convocar a actividades autogestionadas, ajenas a una óptica comercial y cargadas de una intención política.

Son más de treinta años en los que el movimiento se ha ido desarrollando en Santiago, reelaborando cuestionamientos, inquietudes y lineamientos. Parte de este desarrollo local se evidencia en la instrumentalización del hip-hop como herramienta. En la práctica de esta cultura como un lenguaje que permite conectar a jóvenes urbanos con tradiciones y problemáticas endémicas, como los conflictos que enfrenta el pueblo mapuche.

**Extraído de La sabrosura del barrio. Una mirada a los 30 años del movimiento hip-hop en Santiago. Memoria para optar al título de periodista. Universidad de Chile, Instituto de Comunicación e Imagen, Escuela de Periodismo, 2018.

 

Javier Pérez S.

Periodista de la Universidad de Chile